Noticias

Homilía Tercer Domingo de Pascua Los discípulos de Emaús

Pan_PArtido-01
WhatsApp

Homilía Tercer Domingo de Pascua: Los discípulos de Emaús

¿De qué van conversando estos días?, pregunta el Evaneglio. Si la pregunta se nos hace hoy sin duda hablaría mucho de pandemia. Pero también de encuentros profundos y diálogos distintos; de sencilla «iglesia doméstica». Ver homilía completa

 

Homilía Tercer Domingo de Pascua: Los discípulos de Emaús

¿De qué van conversando estos días?, me imagino a Jesús preguntando a cada uno de nosotros, a cada una de nosotras. ¿Qué ocupa sus mentes y corazones? ¿Cuáles son sus preocupaciones? Los que solían llenar sus diálogos con el fútbol han estado un poco más silenciosos. Así también probablemente los que vivían muy pendientes de los programas de farándula. Entonces, ¿de qué hablan por el camino?

Sin duda nuestras conversaciones se han llenado de Covid y coronavirus, dos palabras que casi ninguno conocía hasta hace tres o cuatro meses. Pero no ha sido lo único, ¡no!  Las cuarentenas han incentivado muchos diálogos familiares y, aunque algunas estadísticas dicen que ha habido más casos de violencia intrafamiliar, otras estadísticas cuentan el milagro de reencuentros, de conversaciones, de padres y madres presentes como nunca antes en la cotidianeidad de sus hijos e hijas. De hijos e hijas más pendientes que nunca del bienestar de sus adultos mayores. Sabemos de conversaciones sobre el sentido de la vida y sobre la fe, de oraciones en común y celebraciones litúrgicas en la “iglesia doméstica” que somos cada hogar y cada familia.

La “iglesia doméstica”, la de todos los días. La que ama en silencio y hace el bien sin aparecer en los medios de comunicación. La que tiende la mano y ayuda, y cuida, y sostiene, y limpia, y cocina, y canta, y vela el sueño de los frágiles, y atiende enfermos y visita los presos. La que despide con cariño y esperanza a sus difuntos.

La iglesia que enseña a rezar a los niños y les canta un ratito para que duerman tranquilos. “La iglesia que yo amo”, nos diría el buen padre Esteban Gumucio –que en la paz de su Señor descansa- “la iglesia santa de todos los días” (Ver poema completo al final).

Meme Covid1

Esta iglesia, nuestra iglesia herida, santa y pecadora, que no necesita letras mayúsculas para encontrar su identidad, ha vista renacer su vocación originaria, su vocación surgida de voces de catacumbas, de historias contadas en el seno del hogar, sin aglomeraciones ni estruendosas manifestaciones, sino iluminada por la humilde palabra compartida llena de entusiasmo por Jesús resucitado caminando a nuestro lado, Jesús resucitado que hace “arder nuestro corazón”, y abre nuestros ojos al partir-compartir-repartir el pan.

¡Qué bueno que la iglesia nos ayude a no abandonar tan rápido la Pascua!  Si la cuaresma con sus 40 días a veces se nos hace un poco larga, la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar 50 días la fiesta Pascua hasta que a fines de mayo celebremos la fiesta de Pentecostés.

Sigamos, pues, conversando, rezando, cuidando, cocinando. Y sigamos pendientes de tantas formas de ayudar a la misión solidaria que llevamos grabada en nuestros genes eclesiales desde que los primeros cristianos pusieron sus bienes en común. Pues allí, al “partir-compartir-repartir” el pan siempre volveremos a reconocer la presencia del Jesús Resucitado y nuestros corazones “arderán” en alegría, en gozo y en paz.

Que así sea.

Pablo Castro Fones, sj.
Capellán SIEB

La Iglesia que yo amo
Esteban Gumucio, SS.CC

La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días.
La encontré peregrina del tiempo, caminando a mi lado.
La tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días.
La saludé primero en los ojos de mi padre, penetrados de verdad.
En las manos de mi madre, hacedoras de la ternura universal.
No hacía ruido, no gritaba, era la Biblia de velador,
Y el rosario y el tibio cabeceo del Ave María.

La iglesia que yo amo, la Santa Iglesia de todos los días.
Antes de estudiarla en el catecismo,
me bañó en la pila del bautismo, en la vieja parroquia Santa Ana.
Antes de conocerla ya era mía, la Santa Iglesia de todos los días.
Era la iglesia de mis padres y la iglesia de la cocinera.
La Rosenda lloraba las cebollas, rezando el Padre Nuestro iba a misa la María,
Me llevaba de su mano a la Iglesia Santa de todos los días.
En la aventura del mundo que crecía, con Pablo y con Pedro y Teresita,
La Iglesia Santa de todos los días.

Jesucristo, el Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día.
Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres,
que cantaban, que luchaban, que sufrían.
La Santa Iglesia de todos los días.

A los 10 años se dice, a los 12 misioneros, a los 13 y los 14,
vitrales increíbles de mil rostros y voces llamadas.
Vino el obispo y el sacerdote, la palabra que oraba y penetra las raíces de la vida.
Juntaba pueblos, despertaba a los dormidos,
Llamaba a la oración añorados perdones de constricción,
Remecida de testigos, la iglesia comunión argüía, incomodaba,
Convidaba a la basta corriente de la paz,
A los riesgos misioneros,
A las selvas del Congo,
Al seguimiento del amigo.

La iglesia del corazón limpio,
La iglesia del camino estrecho,
La bella iglesia de la vida,
La Santa Iglesia de todos los días.

Y el Papa de nuestra fe, en mi corazón joven,
Apretando a la justicia, traduciendo las bienaventuranzas,
abriendo bastos horizontes, prolongando nuevas andanzas
y rostros ignorados y pueblos heridos, de quemantes abandonos,
el Papa de todas las lenguas, de urgentes problemas,
de infinitas confianzas, el Papa de la Iglesia de todos los días
y los mandamientos de su sabiduría.

Y lo que no estaba, ni está , ni estará oficialmente inscrito y reservado,
El pueblo de la iglesia sin fuerza, la iglesia ancha de las 100 mil ventanas
Y el aire del espíritu católico circulando en libres espirales
Y los pobres construyendo catedrales de paja, desperdicio y leño,
Con ojivas de pizarreño y lo mejor de su pobreza.

Escuchen que vienen por las calles la iglesia de las grandes y pequeñas procesiones,
La iglesia heroica de amor, la vieja heroica de amor entre rezos y devociones,
Desde sus andas multicolores, los santos le preguntan sus perdones,
Porque crió los hijos que no eran suyos y rezó por muertos que la humillaron
Y vivió tan pobre sin voto de pobreza y dio la mitad de lo que no tenía.

Va en procesión feliz detrás del anda,
los santos la miran desde su baranda distinta en su tecnología,
Esta humilde iglesia de todos los días.

Amo a la iglesia de la diversidad, la difícil iglesia de la unidad.
Amo a la iglesia del laico y del cura, de San Francisco y de Santo Tomás,
La iglesia de la noche oscura y la asamblea de la larga paciencia.

Amo a la iglesia abierta a la ciencia, y esta iglesia modesta con olor a tierra,
Construyendo la ciudad justa, con sudores humanos,
Con el credo corto de los apóstoles.

Amo a la iglesia de los padre y los doctores,
De algunos sabios de hoy en día que escriben libros para los hombres y
no se quedan en librerías.

Amo a la iglesia de aquí y ahora,
La iglesia pobre de nuestro continente,
Teñida de sangre, repleta de gente
De pueblos antiguos sin voz y derrotados
Amo a la iglesia de la solidaridad
Que se da la mano en santa igualdad.

Amo a esta iglesia que se acerca a la herida de su Cristo.
La iglesia de Puebla y Medellín, de Dom Elder, de Romero y Luther King, que vienen de la mano de Moisés, David, Isaías y Exequiel.

Amo a la iglesia que va con su pueblo sin transigir la verdad,
Defiende a los perseguidos y anhela la libertad.

Amo a la iglesia esperanza y memoria,
A la iglesia que camina y a la iglesia de la santa nostalgia,
Sin la cual no tendrían futuro.

Amo a la iglesia del verbo duro y del corazón blando.
Amo a la iglesia del derecho y del perdón.

La iglesia del precepto y de la compasión,
Jurídica y carismática, corporal y espiritual,
Maestra y discípula,
Jerárquica y popular.

Amo a la iglesia de la inferioridad, la pudorosa iglesia de la indecibilidad.
Amo a la iglesia sincera y tartamuda,
A la iglesia enseñante y escuchante,
La iglesia audaz, creadora y valiente,
Y a la santa iglesia convaleciente.

Amo a la iglesia perseguida y clandestina,
Que no vende su alma al dinero omnipotente.
Amo a la iglesia tumultuosa y a la iglesia de surcos milenarios,
Amo a la iglesia testimonial y a la iglesia herida de sus luchas interiores y exteriores.
Amo a la iglesia por conciliar que va de la mano respetablemente de la Santa iglesia tradicional.

Amo a la iglesia de la serena ira,
A la iglesia de Irlanda y Polonia, de Guatemala y de El Salvador,
A la iglesia de los postergados y a la iglesia de la multitud de marginalizados.

No quiero una iglesia de aburrimiento, quiero una iglesia de ciudadanía,
De pobres en su casa, de pueblos en fiesta, de espacios y libertades, quiero ver a mis hermanos aprendiendo y enseñando al mismo tiempo, iglesia de un solo Señor y Maestro
Iglesia de la palabra y de los sacramentos.

Amo a la Iglesia de los Santos y de los pecadores
amo a esta Iglesia ancha y materna
no implantada por decreto,
la Iglesia de los borrachos sin remedio,
de las prostitutas que cierran su negocio el Triduo Santo.

Amo a la Iglesia de lo imposible
la Iglesia de la esperanza a los pies de la mujer,
la Santa Madre María.
Amo a esta Iglesia de la amnistía,
la Santa Iglesia de todos los días.

Amo a la Iglesia de Jesucristo,
construida en firme fundamento,
en ella quiero vivir
hasta el último momento.

Amén.

 

 

carrusel AporteSantaAdriana 02 2020

Razón: Obras Sociales Colegio San Ignacio El Bosque
Rut: 70.891.800-8
Banco Santander
Cuenta corriente: 64139649
Mail: santaadriana_si@yahoo.es