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Homilía Segundo Domingo de Pascua

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Homilía Segundo Domingo de Pascua 

“La paz esté con ustedes”, dice Jesús en el Evangelio de hoy… “Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes”. Esa es nuestra vocación.¿Cómo vivirla en estos días de encierro? Ver homilía y saludo del capellán del colegio, Pablo Castro sj.

Saludo y Homilía Segundo Domingo de Pascua 

“La paz esté con ustedes”, dice Jesús en el Evangelio de hoy. “Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes”. Esa es nuestra vocación. ¿Cómo vivirla en estos días de encierro? A una semana de celebrar la Semana Santa, se nos invita a que pese a la cuaretena que estamos viviendo podamos ser constructores de paz, unidos en Jesús como las primeras comunidades que «todo lo tenían en común».

Homilía Segundo Domingo de Pascua 2020

Qué rápido pasó esta semana.  ¿Será que Semana Santa fue más lenta, más profunda, más esperada?  ¡Pero ya pasó una semana más!  Casi no nos dimos cuenta.  Nuestra atención, después de la pascua, se fijó nuevamente en las estadísticas del covid, el uso de las mascarillas y si estamos o no en cuarentena obligatoria.  “Las preocupaciones reales son otras”, diría alguno, “no me vengan con resurrecciones”, agregaría Tomás.  Si no lo veo, no lo creo. 

Qué personaje más parecido a todos nosotros. Desde chicos nos enseñan que hay que “ver para creer”. Se parece a ese otro dicho que suena tan cristiano: “la caridad empieza por casa”, y que se transmite de generación en generación como si fuera palabra revelada. ¡Ninguno de esos dichos viene de Jesús Resucitado! Muy por el contrario, Jesús resucitado proclama dichosos a los que creen si haber visto. Y Jesús en toda su vida proclama que la caridad comienza con tu prójimo donde quiera que se encuentra con hambre, o sediento, o desnudo, o preso…

Volvamos al inicio del Evangelio. Alegría. Paz. Envío. Las tres grandes mociones provocadas por el encuentro con Jesús Resucitado que entrega el Espíritu Santo a sus discípulos.

La alegría de los discípulos, de los hombres y mujeres que lo amaban y lo seguían, es tan profunda y tan honesta. Es esa alegría que experimentamos en los reencuentros. Esos rostros llenos de lágrimas y sonrisas y emociones que a veces vemos en los aeropuertos. Los niños suelen ponerse a saltar de pura alegría cuando se encuentran con los que aman, aunque hayan estado solamente unas horas apartados. El resucitado nos invita a apreciar los cariños, los amores, las amistades profundas. Más aún en este tiempo en que nos vemos obligados a tomar distancia unos de otros, Jesús resucitado nos ayuda a agradecer todos los días por el amor de quienes nos aman y nos han amado. A recordar, estando lejos, cuán hermoso es poder estar cerca. 

“La paz esté con ustedes”, les dice Jesús. Y lo vuelve a repetir. Y luego, con Tomás presente, lo vuelve a repetir.  Tres veces aparece la misma frase en boca de Jesús en este evangelio: “la paz esté con ustedes”. ¡Cuánto deseamos vivir en paz!  La paz es un don inestimable.  Esa paz profunda que nos hace apreciar la vida que se nos regala, que nos deja contentos con las cosas sencillas y los gestos humildes, la paz que nos hace agradecidos que lo que hemos recibido, la paz que sostiene nuestra mirada acogedora y compasiva, la paz que nos compromete. La paz es tan opuesta a la pasividad como a la violencia. La paz nos moviliza al encuentro y el cuidado y el perdón. La paz nos compromete con Jesús resucitado en la construcción de la misma paz, esa que porfiada e insistentemente la Iglesia nos recuerda que es fruto de la justicia. ¡Cuánto anhelamos la paz!  Y sin embargo, no siempre actuamos en su beneficio. La queremos recibir, pero no siempre la queremos construir. 

“Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Somos enviados por Jesús. Somos movilizados por su Espíritu. Somos Iglesia en salida, nos recordaría el Papa Francisco. ¡Esa es nuestra vocación!  No somos comunidad estática, ¡cuánto hemos cambiado a lo largo de los siglos!  Y todavía nos queda mucho por cambiar. Pues no somos enviados sólo hacia otros, somos enviados a transformarnos nosotros mismos, nuestra propia institucionalidad que a veces se comporta más porfiadamente que el mismo Tomás.

¿Cómo podemos ser enviados si estamos viviendo casi encerrados? Yo les aseguro que sí podemos. Hoy día, en medio de esta crisis y en medio de la distancia social sí podemos, más aún, debemos seguir el ejemplo de la primera comunidad cristiana narrada en los Hechos de los Apóstoles cuando nos dice que “los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común”. Nosotros estamos unidos, aunque estemos separados. Nuestra unión está en Jesucristo, no primeramente en nuestros abrazos.  Nuestro sacerdocio es primeramente común, no ministerial. Somos uno en Cristo. Y donde quiera que estemos, estamos unidos.  Así hemos celebrado Semana Santa y hemos experimentado que nuestra unidad está basada en Jesús y no en los templos.

Y ahora esta crisis nos urge a “poner lo de cada uno en común”. Bien sabemos que vendrán tiempos difíciles.  Ya todos hemos escuchado y conocido personas que han perdido sus fuentes de trabajo.  ¡Ni decir de quienes desde antes vivían de lo generaban día a día sin un empleo estable!  Ahora nosotros podemos movilizarnos. Cada uno y cada una en la medida de sus posibilidades. A nosotros los jesuitas el provincial nos ha pedido que revisemos todo lo que podemos ahorrar en nuestras comunidades para poner lo nuestro común.Todos podemos hacer eso. Todos debemos hacer eso en la paz y en la alegría y en el envío de Jesús resucitado. Les dejo aquí dos ejemplos de iniciativas a las que podemos sumarnos. Tal vez ustedes conocen de otras y ya están involucrados. Pero no dejemos de aportar lo que cada uno y cada una pueda. Otros lo necesitan con urgencia. Jesús lo necesita con urgencia.

Que así sea.

Pablo Castro, sj.

 

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