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Homilía Domingo de Ramos. Semana Santa 2020

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Homilía Domingo de Ramos

En familia, en este Domingo de Ramos en cuarentena, se nos invita a mirar a Jesús y caminar con El hacia Jerusalén. A aprender de su modo de hacer las cosas, también ahora cuando no podemos salir de nuestras casas. ver texto completo

 

Homilía Domingo de Ramos  2020 – #Semana Santa en casa

En familia, en este Domingo de Ramos en cuarentena, se nos invita a mirar a Jesús y caminar con El hacia Jerusalén. A aprender de su modo de hacer las cosas, también ahora cuando no podemos salir de nuestras casas. 

 

Hoy día celebramos un Domingo de Ramos especial, diferente. Tal vez el más diferente que hayamos vivido. Solemos reunirnos muchísima gente en los templos en esta fecha. Muchos vendedores nos ayudan año a año trayendo cajas repletas de ramos de palmas y olivos que, casi siempre, se hacen pocos. Este año no los veremos. Este año no nos veremos.

Pero celebrar “ramos”, adentrarnos tímidos desde nuestro débil discipulado con Jesús hacia Jerusalén, no dependemos de la posibilidad de reunirnos. Ese ruidoso estruendo de “hosannas” y “aleluyas” bien sabemos cómo terminó: en la soledad, el silencio, y el abandono. Tal vez vivir “ramos” en cuarentena nos ayude a aproximarnos con mayor humildad en esta Semana Santa. Podemos celebrar “ramos” desde la quietud, desde la interioridad. Y bien sabemos, y con fuerza experimentamos, que estamos todos unidos: cada uno y cada una en su hogar, y todos y todas en el mismo camino junto a Jesús.

Las lecturas de hoy día nos recuerdan la Pasión y el modo de Jesús de vivirla. El “siervo sufriente” anunciado por el profeta Isaías que acepta el dolor en silencio, en la confianza y en la esperanza que no quedará defraudado. ¿Habrá recordado Jesús esos pasajes escuchados de niño en la sinagoga? ¿Habrá pensado en ese momento “hoy día se cumple la escritura” como lo dijo de otro pasaje del mismo profeta unos años antes en la sinagoga de su pueblo? Eso no lo sabemos. Pero en nuestra fe compartida sí afirmamos que en Jesús se cumplieron aquellas profecías. Y por eso proclamamos con San Pablo: “Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre”.

La Pasión de Jesús, o más bien el modo de Jesús de vivir la pasión, no es un acontecimiento aislado del resto de su vida. Jesús vive su Pasión como vive su vida entera: como el enviado, no el dueño; como el servidor, no el superior; como el grano de trigo que tantas veces sembró en la tierra y del cual nos recordó mucho antes que sólo muriendo puede dar fruto abundante. Jesús se muestra compasivo y no arroja piedras sobre quienes lo
condenan. Jesús, como en el desierto, se muestra lleno de fe y esperanza aún mientras recita el salmo del abandono: “Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme”.

Este domingo, en familia y con nuestras humildes ramitas en las manos, queremos revivir el Evangelio y, mirando a Jesús, caminar con El hacia
Jerusalén. Dos gestos de este pasaje pueden iluminar nuestro diálogo y nuestra oración personal.

Dice el texto que la gente se sacaba los mantos para ponerlos sobre el suelo donde pasaba Jesús. Como “Bartimeo”, el ciego de Jericó, la gente deja sus mantos. ¿Hay algo que estoy llamado, llamada, a poner a los pies de Jesús? ¿Es algo material? ¿Es algo espiritual? ¿Qué puedo ofrecer a Jesús, en el rostro de mis hermanos y hermanas más vulnerables, para acompañar y hacer más ligero su camino en esta vida? ¿Cómo puedo yo ayudar a mis hermanos y hermanas, a mis compatriotas, a recorrer los caminos que les tocará transitar en este año de tanta dificultad? Es cierto. Ahora ni siquiera podemos salir de casa. Pero cuando podamos, ¿a qué vamos a salir? ¿Sólo a llenar mi despensa o a revisar cómo está la despensa de los demás? ¿Sólo a asegurarme que al fin puedo transitar tranquilo o a colaborar para que todos, Jesús incluido, pueda vivir en dignidad? ¿Será que entonces, después de esta larga y solidaria cuarentena, cuando volvamos a las calles, nos saludaremos con cariño y dejaremos de mirarnos como desconocidos?

En segundo lugar, la versión del Evangelio de Lucas –aunque hoy leímos la de Mateo-, nos dice que, en medio del algarabío, los fariseos le dicen a Jesús que haga callar a la gente. Y Jesús responde: «Yo les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras». No nos podemos callar. Nosotros, bautizados en Jesús, no podemos renunciar a nuestra profecía. No podemos renunciar a anunciar la Buena Nueva y a denunciar las injusticias que la ahogan. Los nuestros no son gritos de odiosidad ni de revanchas, son gritos de justicia y dignidad. Y sí, puede que a muchos les resulten molestos como le molestaron a los fariseos las aclamaciones populares en favor de Jesús. Pero no se trata sólo de pancartas en una plaza. No. Es también lo que le transmites a tus hijos, tus hijas y tus nietos. Es el modo en que compartes en casa este tiempo de cuarentena. Es el cariño con que aplaudes a quienes no descansan por cuidarnos a los demás. No nos callemos. No esperemos a que tengan que gritar las piedras.
Anunciemos a Jesús, su Reino de Justicia y de Paz. Levantemos nuestros ramos. No nos callemos. Hablemos con valentía y con humildad. Sin dejarnos llevar por apariencias ni el que dirán, como lo hizo Jesús. Sin temor a ser criticados. Libres en la verdad que no hace libres. Sin creernos mejor que ninguno otro. Pero sin callar la verdad que ilumina nuestra fe y que habita en nuestro corazón.

Que así sea.