Homilía décimo segundo domingo del «tiempo ordinario»
En medio de nuestra cuarentena y nuestra extraña cotidianeidad, estamos invitados a vivir también un tiempo de renovación y esperanza. “El Señor está conmigo” dice Jeremías. “No teman” dice el Evangelio de hoy. Seguir leyendo
Homilía décimo segundo domingo del «tiempo ordinario»
Hoy día, después de las largas semanas de cuaresma y de fiestas pascuales, retomamos lo que eclesialmente llamamos “el tiempo común, el tiempo cotidiano”. Lo raro es que aún estamos lejos de retornar a la cotidianeidad que acostumbrábamos. ¿Pero acaso cuando volvemos regresamos exactamente a lo mismo? No creo. Nunca es igual. La vida transcurrida, los acontecimientos y las experiencias vividas, van marcando nuestra existencia transformando la cotidianeidad de nuestros días. Los niños y las niñas crecen. Gente amada se muere. Las lluvias y las nieves empapan la tierra. Llega el invierno. Los días se vuelven a alargar y los árboles aprietan sus yemas dispuestas a brotar.
Así recibimos la visita de Jesús en nuestra extraña cotidianeidad de cuarentenas. No es igual al año pasado. Ni será igual al próximo. Porque nuestras vidas cambian y porque Jesús tiene siempre algo nuevo que ofrecernos. El encuentro con su vida, sus gestos y sus palabras, siempre nos ofrece algo nuevo. No es acertada esa reacción tan adolescente ante un pasaje conocido del Evangelio cuando dice desganado “eso ya lo leí”. Tal vez si lo leemos sólo con la vista, si lo único que encontramos ante nosotros es un conjunto de letras conformando palabras podríamos decir “eso ya lo leí”. Pero cuando ante nosotros, a través del texto, aparece el rostro de Jesús, su palabra sugerente, su amor desplegado, su mirada penetrante, su compromiso inconfundible, entonces nuestra cotidianeidad nunca del todo cotidiana se ilumina siempre nueva.
Hoy también es tiempo nuevo en medio de nuestra cuarentena y nuestra extraña cotidianeidad. Es tiempo de renovación y esperanza y confianza. “El Señor está conmigo” dice Jeremías. “No teman” nos dice Jesús. Y San Pablo nos recuerda que la gracia y el amor recibidos de Dios en su hijo Jesús son infinitamente mayores que cualquier falta que hayamos cometido. El pueblo mapuche nos dice, por su parte, que comenzó un nuevo ciclo, la vida se está renovando, “dew akui we tripantu”. Y la lluvia ha venido a empapar la tierra y la nieve ha visitado las montañas. En este tiempo, todo es promesa y esperanza. Todo es semilla que germina oculta bajo la tierra
Estamos sufriendo dolores e incertidumbre. Es cierto. Nuestra esperanza no consiste en escondernos de las dificultades. Las noticias de la enfermedad y la muerte parecen rodear nuestra existencia. No lo negamos. Así, exactamente así, lo estaba experimentando el profeta cuando brota de su corazón una exclamación de confianza en el Señor y el salmo le responde: “el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos”. Hasta nuestros cabellos están contados, nos dice Jesús, expresando simbólicamente el cariño y el cuidado que pone Dios aún en los detalles más sencillos de nuestras vidas. ¡Cuánto más nos acompaña y nos sostiene en el dolor!
Dejemos entrar a Jesús en la sencilla y siempre novedosa cotidianeidad de nuestros días. En nuestros hogares y nuestras cuarentenas. Allí viene el Señor a compartir la vida, la mesa, la incertidumbre y la esperanza. Dejemos entrar al sol naciente, al we tripantu, empapando nuestros corazones de esperanza como la lluvia empapa la tierra y la fecunda. Abracemos a nuestros padres y celebremos la vida regalada por los que están y por los que ya partieron. No nos guardemos el amor: proclamémoslo a pleno día según nos invita Jesús, el Señor.
Que así sea.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán Colegio SIEB.
LECTURAS
Pimera lectura: Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13
Salmo responsorial 68
Segunda lectura: Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-15
Evangelio:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo 10, 26-33