Homilía Corpus Christi
En este domingo de cuarentena en que añoramos poder comulgar dejemos que ese anhelo nos movilice en el despliegue de la solidaridad con los que más sufren, comulgando con este cuerpo de Cristo que somos todos en comunidad.
Domingo 14 de junio 2020
Homilía Corpus Christi
Qué extraño parece celebrar la fiesta del Cuerpo de Cristo sin poder comulgar. Muchos católicos acostumbran incluso acompañar hermosas procesiones sobre las calles dibujadas de flores. Es cierto. No habrá comunión en la misa y no habrá procesiones. Pero, ¿no estará Jesús?
Desde antiguo, nos recuerda el libro del Deuteronomio, el Dios de la vida ha alimentado y cuidado de su pueblo.El maná del cielo reformula y confirma el cuidado permanente de Dios por sus hijos y sus hijas, su pueblo escogido. Pero no olvidemos que antes de recibir el maná, el mismo pueblo se reveló duramente contra Moisés recordando los “ajos y cebollas” que tenían para comer en Egipto sin poder reconocer que Dios mismo caminaba junto a ellos. Es el pueblo liberado, pero que añora la comida de los tiempos pasados.¿Será que celebraremos la fiesta del Cuerpo de Jesús sólo añorando comulgar sin abrir los ojos al Dios que se nos está regalando y caminando junto a nosotros, en nuestras familias, en su palabra y la solidaridad?
Nada de malo tiene añorar la comunión. Al contrario, ¡qué hermoso es ese deseo anhelante de unirnos en el Cuerpo y la Sangre del Señor! Pero ¿acaso sólo la hostia consagrada es cuerpo y comunión?
La lectura de San Pablo hoy día nos resguarda de convertir la comunión de la misa en un absoluto religioso intimista que desfigure la hondura y la belleza de la entrega de Jesús. “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan”. Nosotros somos Cuerpo de Cristo. Sí, tan real y verdadero como con el pan consagrado, como el vino consagrado. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! Y cada hombre y mujer que va solitariamente por la vida, desechado, excluido, violentado, ¡es Cristo mismo! ¡Es su cuerpo! Allí hemos de comulgar hoy día. ¡En este cuerpo hemos comulgar todos los días!
Dos cosas nos digo Jesús que hoy día no podemos dejar de reflexionar: “Hagan esto en memoria mía” y “lo que hiciste al más pequeño de mis hermanos, a mí mismo me lo hiciste”.
“Hagan esto”.¿Qué está haciendo Jesús? ¿Qué nos pide rememorar y realizar? ¿Es solamente el gesto de consagrar un trozo de pan y un poco de vino? No. Es eso. Pero es más. Porque Jesús está entregando su vida por la salvación del mundo. La última cena no es un acto aislado en la vida de Jesús. La cena, la mesa compartida, fue una práctica continua a lo largo de su vida. Y en esas mesas compartidas Jesús siempre trajo salvación, alegría y vida. Salvación para Zaqueo en su propia casa. Alegría en las bodas de Caná. Esperanza la multitud que lo seguía. Paz a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
“Hagan esto en memoria mia”. Así como Jesús compartió continuamente la mesa dando vida, Jesús dio continuamente su vida. No se guardó para sí mismo. La sagrada cena y la cruz, no son distantes del pesebre en Belén: es Jesús entregando su vida por nuestra salvación. No es diferente al lavado de los pies. Ni distinto a Jesús rechazando las tentaciones. Jesús nos dice “hagan esto” no sólo en referencia a un signo y un acto específico. Al contrario, se trata de un modo de vivir la vida, toda la vida. Es un modo de hacer todo lo que hagamos. Es darse. Es servir. Es amar.Es donar(se). Sólo así haremos eso que estaba haciendo Jesús. Esto es lo que decía el Padre Hurtado cuando expresaba que la vida debía ser “una misa prolongada”.
La afirmación teológica de la comunidad eclesial como “Cuerpo de Cristo” no es quimera. Pero no podemos negar que nuestra fe parece estar más dispuesta a reconocer y adorar a Jesús en el altar que a Jesús en la calle. Sin embargo, hoy, en el día del «Cuerpo de Jesús», no seríamos fieles a nuestro maestro y pastor sino recordáramos que nos dijo que su propia cuerpo era el cuerpo del enfermo, del desnudo, del encarcelado. Probablemente nos parecemos a esa multitud que responde “Señor, cuándo te vimos así”. Y Jesús nos responde: “Lo que hiciste al más pequeño, a mí me lo hiciste”.
Al celebrar la Trinidad celebramos el “y” católico. La tensión que incorpora en vez de excluir. Hoy día volvemos a experimentar esa vitalidad tensional de nuestra de fe. No podemos comulgar sacramentalmente pero sí podemos comulgar con Cristo presente y actuante en la realidad. Tan real es el cuerpo en la ostia consagrada como el cuerpo que somos en la comunidad. Tan verdadera es la comunión en la misa como la comunión en la solidaridad. Una no existe sin la otra. Una sin la otra no es fe, es idolatría. Por eso nos dijo el padre Arrupe que la Eucaristía no estará nunca completa mientras haya hambre en el mundo.
¡Qué hermoso es tener hambre de Jesús! ¡Qué bonito es añorar sentarnos nuevamente juntos en la mesa del altar! Dejemos hoy día, Corpus Christi, que ese anhelo profundo movilice todas nuestras fuerzas en el despliegue de la solidaridad con los que más sufren, comulgando juntos con este cuerpo de Cristo que somos todos en comunidad.
Que así sea.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán Colegio San Ignacio El Bosque.