HOMILÍA: La importancia de la corrección fraterna
Mostrar el error al otro y, a la vez aceptar ser corregidos, es el tema de la homilía que hace ver la importancia de corregirnos unos a otros «para buscar y discernir juntos el modo más acertado de hacer el bien». Ver más
Domingo 6 de sepotiembre, 23° del Tiempo Cotidiano
HOMILÍA: La importancia de la corrección fraterna
La “corrección fraterna” es una tradición antigua como sabiduría de la humanidad. La primera lectura nos recuerda el deber de corregir. La persona, hombres y mujeres adultos, puede ser que nos escuchen o no. Esa ya no es responsabilidad nuestra. Pero lo que no puede suceder es que no le hagamos ver a otra persona su error, obviamente con cariño y humildad.
No es fácil dejarse corregir. Somos porfiados y orgullosos. O más bien orgullosamente porfiados. Nos cuesta que nos hagan ver nuestros errores. Es muy distinto reconocer los propios errores a que otros te los hagan notar. Si lo primero supone bastante humildad, lo segundo la demanda en grado mayor. Si vamos a practicar la corrección fraterna –las lecturas nos dicen que no es opcional, que es una obligación- entonces es muy importante recordar lo mucho que nos cuesta o nos duele ser corregidos. Si no recordamos eso, podemos ir tirando piedras a diestra y siniestra, corrigiendo errores –que de hecho los hay y abundantes- como si a uno mismo nada hubiera que reprochar.
Jesús no se sumó a la tradición bíblica y se opuso a lapidar a una mujer sorprendida en adulterio. En cambio, Jesús sí se suma a aquella tradición bíblica que invita a corregir a quien está equivocado. Jesús no quiere que tiremos piedras. Jesús quiere que corrijamos
-y nos dejemos corregir- para buscar juntos y discernir juntos el modo más acertado de hacer el bien.
San Ignacio hace una interpretación desde el punto de vista positivo de la corrección fraterna. Lo considera tan valioso e importante que lo presenta como un “presupuesto”, una condición de base o un modo de vivir la vida. Dice San Ignacio en el número 22 de los ejercicios espirituales:
“Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve”.
La corrección fraterna desde la experiencia ignaciana supone la presunción de la buena intención del interlocutor. Supone, antes de juzgar errores, tratar de comprender lo que la otra persona está intentando decir o hacer. Tratar de comprender la intención positiva de sus palabras o acciones. Salvar su proposición. ¿Hacemos esto con frecuencia?
Trato de imaginar cómo sería la política pública si unos a otros, los políticos, hombres y mujeres, se ayudaran en ánimo fraterno a corregir el error y también, por supuesto, a encontrar lo bueno que la otra persona quiere manifestar y hacer. Trato de imaginar cómo sería la vida de la Iglesia si nosotros los clérigos y más aún las autoridades, hubiéramos estado más prestos a acoger la corrección y no tanto a dictar cátedra de comportamiento a los demás. Con razón el salmo exclama casi con desesperación: “No endurezcan su corazón”. Es fácil entrar por el camino que endurece el corazón y se hace impermeable a la corrección. Nos da miedo ser corregidos sin amor. Una corrección sin amor es una agresión. Y eso asusta, por supuesto.
“El amor no hace mal al prójimo”, nos recuerda San Pablo. Renovemos en este domingo nuestra vocación a relaciones fundadas en el amor. Al intento porfiado de salvar la proposición del prójimo. Al esfuerzo de corregir y dejarse corregir para encontrar juntos, como iglesia y sociedad, caminos de fraternidad y justicia, de colaboración y de paz. Hagamos juntos examen de nuestros errores o correremos, juntos también, el riesgo de no aprender nunca y tropezar una y otra vez con las mismas piedras.
Jesús nos acompaña. No siempre acertaremos. No importa. El está con nosotros y nuestra confianza está puesta en El. No dejemos de buscar, discernir, corregir y batallar. Y no dejemos nunca de rezar. Porque aquí, donde estamos unos pocos más que dos en su nombre, El está con nosotros.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán colegio SIEB