Homilía Primer Domingo de Adviento
En Adviento vamos adornando pesebres mientras disponemos nuestra propia vida para recibir la visita de Dios. En este tiempo de espera se renueva nuestra vida, la arcilla del único alfarero. Ver homilía completa
Homilía Primer Domingo de Adviento
El año pasado visité Pomaire poco antes de Navidad. Fue una mañana preciosa. Queríamos encontrar cacharritos pequeños para adornar muchos pesebres. Allá había de todo. Desde las tradicionales fuentes para el horno y platos cazueleros, hasta mucho adorno brillante pintado de colores muy fuertes. Caminando calles y callejones fuimos descubriendo cientos de hermosos cacharritos. Jarritos, teteras, palmatorias, chanchitos, sartenes…¡Estaba fascinado! Entonces entramos a una bodega grande. Al fondo, un señor de rostro añoso y amable, pulía cuidadosamente una fuente recién trabajada. Conversábamos mientras yo miraba sus manos hábiles desplazarse cuidadosas y veloces en la greda viva. Y recodé la imagen bíblica del libro de Isaías con que hoy comenzamos el Adviento:
“Tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero”.
Una imagen hermosa y poderosa. Una imagen que nos convoca y nos conmueve.Una imagen que nos recuerda al mismo tiempo nuestra fragilidad barrosa y nuestra hechura maravillosa: arcilla modelada en las manos de Dios. ¡Tantas hermosas canciones litúrgicas que han hecho de esta imagen canto y melodía! ¿Por qué comenzar así nuestro adviento?
Adviento es inicio. Es tiempo de recomenzar. Algunas familias ya van disponiendo adornos navideños en sus casas, otras han preparado la corona del Adviento, y algunas esperan al final de mes de María para instalar el pesebre en algún rincón que despierte las emociones y la imaginación. Iniciamos Adviento como labradores. Vamos modelando poco a poco esta época llena de recuerdos de infancia. Nuestra arcilla se renueva. Se despiertan nuestros sentidos. Estamos alertas, como nos propone el Evangelio. ¡Que no se nos se vaya a pasar desapercibida la tan querida y esperada Navidad!
Pero nuestra labranza previa a Navidad no se agota en los adornos exteriores. También es tiempo de labrar los corazones. Cada domingo encendemos un cirio, una velita humilde, pidiendo con fe que esa luz nos muestre el camino. Ponemos figuritas en el pesebre mientras rezamos ofreciendo humildes nuestras vidas para que Jesús vuelva a nacer. Como dice una canción, “y mi alma un pobre pesebre, hoy se abre y te acoge feliz”.
El Adviento nos mueve en familia y en comunidad. No sólo somos cacharros de greda individuales. Somos la arcilla compartida en las manos de un mismo alfarero. Por eso también queremos ser pesebre como comunidad. Queremos acoger no sólo en el corazón de cada uno y cada una la visita de Dios. Queremos también que su visita recorra calles y plazas, campos y mares, sembrados y ganados. Queremos que la visita de Dios sea compartida. Por eso seguimos también acomodando pesebres más allá de las humildes figuritas de nuestras casas.
Pesebre queremos ser como Iglesia y como país. Pesebre y Navidad, vida y dignidad, visita de Dios y arcilla del divino alfarero queremos que haya en cada lugar y que sea reconocido y valorado en todas partes. De colores diversos. De sabores diversos. De lengua diversas. De una misma dignidad, porque somos hechura de un mismo alfarero.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán Colegio SIEB