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Homilía 27 de septiembre

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Homilía: El amor en obras 

 Poner el amor más en obras que en palabras no consiste en un esfuerzo voluntarista, sino en un modo de relacionarnos desde lo que somos, al modo de Jesús. Ver homilía completa

 Domingo 27 de septiembre

Homilía: El amor más en obras que en palabras

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Tengo un compañero jesuita muy querido que dice que este evangelio lo retrata de pies a cabeza. Es discutidor y porfiado. Defiende sus ideas con tenacidad. No calla su desacuerdo con la autoridad ni civil ni eclesial. Hace
ver con pasión sus puntos de vista… Pero finalmente, siempre cumple fielmente la tarea que se le ha encomendado, incluso cuando tiene que ser a regañadientes. A los que les calce este poncho (parece que también a mí), bienvenidos al club de los discípulos de Jesús. Sí, así, tal cual, de los discípulos con opinión y discrepancia, pero fieles en la misión.
Es que bien dice el dicho que “obras son amores y no buenas razones”. ¿De qué sirve quien dice sí sí sí… y después no realizar la tarea? De nada. Pero en general (sólo en general), nos gusta la gente condescendiente. No nos gusta que nos lleven la contra. No nos agrada que nos digan que no. Incluso –a veces solamente- hasta preferimos que nos mientan un poquito. Pero el Evangelio no discurre acerca de las palabras. Si no de la relación entre las palabras y los hechos. Y sin lugar a dudas, pone los hechos por encima de las palabras. Este evangelio nos recuerda principios espirituales fundamentales y simples a la vez, como el refrán de origen popular que dice “obras son amores que no buenas razones”. O el refrán del cura Gatica, “que predica, pero no practica”.
San Ignacio, al final de los ejercicios espirituales, nos invita a contemplar el amor de Dios actuando en toda la realidad. Dios dando vida, Dios consolando, Dios sosteniendo, Dios perdonando… Dios trabajando y amando continuamente. Y como anticipo de esta “contemplación para alcanzar amor”, San Ignacio nos recuerda el mismo principio fundamental del Evangelio: El amor –nos dice- “se debe poner más en las obras que en las palabras”. Así, precisamente, actúa Dios. Su palabra es al mismo tiempo acción. Su Verbo es encarnado en Jesús. Y la palabra de Jesús es idéntica a sus obras. ¡Qué invitación tan desafiante a la coherencia entre la palabra y la acción!
Al igual que Jesús en el Evangelio, cuando San Ignacio nos invita a poner el amor más en obras que palabras, no nos habla de una ética o un deber ser. Nos habla de un modo de relacionarnos. A continuación de esa frase nos dice lo siguiente: “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante”. Poner el amor en las obras, ser conocido por nuestros frutos, que obras sean amores y no buenas razones, no consiste en una especie de esfuerzo voluntarista, consiste en un modo de relacionarnos desde el amor. Dando “de lo tengo y puedo”. No se nos pide nada más. No se trata de algún heroísmo fuera de nuestras posibilidades. Es un modo de vivir desde la conciencia de ser seres en relación que hemos recibido –y recibimos cada día- abundantes bienes y bendiciones que estamos llamados a compartir.
A este modo de vivir nos invita preciosamente San Pablo cuando nos dice “tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. ¡Qué invitación más hermosa! Sentir al modo de Jesús. Unir nuestros afectos a sus afectos, nuestro corazón a su corazón. Que su “modo” sea nuestro modo. ¿Cuál es ese modo? Él, dice San Pablo, que siendo de condición divina se hizo frágil y servidor. Ése modo. Relacionarnos desde el servicio y la humildad. Acogiendo nuestra propia fragilidad y la fragilidad de los demás.
No vivimos en el mundo de los superhéroes. Vivimos en el mundo de la fragilidad. ¡Qué difícil se nos hace a veces aceptar nuestra realidad!

Hace años atrás, el Padre Arrupe escribió una hermosa oración expresando su deseo de conocer a Jesús, de conocer su modo. Es una oración más larga que en una parte dice así:

Señor: Meditando en tu llamada y en mi deseo de seguirte he descubierto que el ideal de mi vida entera eres Tú y que el ideal de mi modo de proceder es el modo de proceder tuyo.
Por eso fijo mis ojos en Ti -los ojos de la fe -, para contemplar tu figura tal como aparece en el Evangelio…
Señor, que yo pueda sentir con tus sentimientos, los sentimientos de tu corazón con que amabas al Padre y a los hombres… Yo quiero imitarte en esta disposición de amor y de entrega…
Enséñame, Señor, tu modo de tratar con los discípulos, con los niños, con los fariseos, con los pecadores o con Pilatos y Herodes… Comunícame la delicadeza con que tratabas a tus amigos.

Enséñame a ser compasivo con los que sufren: con los pobres, los enfermos, los huérfanos, los ancianos, las viudas… Quiero saber cómo manifestabas tus emociones, incluso hasta llorar…
Enséñame tu modo de mirar, como miraste a Pedro para llamarle a tu seguimiento o levantarle de su caída, como miraste al joven rico que no se decidió a irse contigo, cómo miraste a las gentes que andaban como ovejas sin pastor…
Enséñanos tu modo de proceder, para que sea nuestro modo de proceder y así podamos realizar el ideal de ser seguidores tuyos, colaboradores tuyos en la obra de la evangelización y salvación.

Pido a María…, que forme en mí y en todos nosotros, otros tantos Jesús como Tú.
Que así sea.

Pablo Castro Fones, sj.
Capellán Colegio San Igancio El Bosque.

Ver Oración del padre Pedo Arrupe sj  (1907-1991), escrita en Roma el 18 de enero de 1979.