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Homilía 26 de julio 2020

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Homilía: El tesoro, la perla, la red

¡Qué descanso del alma encontrar el tesoro de la vida!  Descubrir la perla más valiosa… Si tuviéramos que pedir una sola cosa ¿no sería eso? Encontrar el tesoro, los deseos profundos del corazón que despliegan la vida. Seguir leyendo.

Decimoséptimo del tiempo cotidiano

Homilía  26 de julio 2020

vitrales¡Qué descanso del alma encontrar el tesoro de la vida!  ¡Qué paz más profunda vivir conectado, conectada, con los deseos más hondos del corazón!  Tantas veces decimos que daríamos todos por vivir con paz y con amor. ¿No es lo mismo que nos dicen las parábolas de hoy? Encontrar el tesoro. Descubrir la perla.  ¡Y dejar todo lo demás!  Porque de verdad eso es lo que queremos. Eso es lo que anhelamos. ¡Y tanto que intentamos llenarnos y suplirlos con mil otras baratijas!  No. Nada lo reemplaza. Encontrar el amor de la vida. Encontrar la vocación. Vivir amando. Desplegar los talentos. Amar a Dios. Conocer a Jesús.  Amar a Jesús. Seguir a Jesús. Nada lo reemplaza. 

“Pídeme lo que quieras”, dice Dios, el Señor, a Salomón. ¿Qué responderíamos nosotros?  ¿Qué pedirías tú?  Salomón pide sabiduría, el don del discernimiento para ser justo con su pueblo, para el bien de los demás.  ¿Qué prioridades están en la agenda de mi oración?

No hay nada malo en “pedir”. “Pidan y se les dará”, dice Jesús. Y el buen refrán nos recuerda que “en pedir no hay engaño”. Es cierto. Es bueno pedir.  Es un acto de humildad.  Lo que a veces nos pasa es que no pedimos, sino que exigimos.  Perdemos libertad.  Dios tiene que cumplir, tiene que darme lo que pido, es su obligación. Y ojalá que lo haga rapidito.  Es nuestra actitud clientelista la que trastoca la belleza de pedir. Porque sólo un corazón humilde pide ayuda sin exigencias. Sólo la conciencia de nuestra fragilidad nos faculta para pedir sin pretensiones. Eso es bello. Nada hay de malo en pedir. Incluso muchas veces tenemos que superar nuestro orgullo y vencer nuestra vergüenza para extender la mano y pedir ayuda. Sí, pidamos con libertad. 

Sabemos por cierto dos cosas: que Dios siempre nos escucha y que nunca nos negará su amor y su fidelidad.  ¿Y lo demás?  ¿Y la salud? ¿Y el dinero?  ¿Y el bienestar de los que amo?  Nada de eso se nos puede asegurar. Dios camina a nuestro lado, pero no en vez de nosotros. Dios sostiene nuestros anhelos más profundos, pero no nos ahorra trabajar y luchar por ellos. Dios nos ofrece su mano, su amor, su corazón, pero no la solución de todos nuestros problemas.  Pidamos, pidamos desde el amor. Sin exigencias, sin estridencias. Con fe. Con libertad. Por el bien común, como hiciera Salomón.

San Ignacio nos propone que nuestras peticiones sean fruto de dos actos anteriores: el agradecimiento y el perdón. Que al posar la mirada sobre la vida veamos dónde abundó la gracia y dónde me faltó. Que al mirar cada día vivido en Dios pueda nombrar agradecido tanto bien recibido y pueda al mismo tiempo, nombrar sin temor ante el Señor los errores cometidos, allí donde pude amar más y mejor. Entonces, nos propone Ignacio, a la luz de mi agradecimiento y del perdón, descubro de verdad aquello que necesito, aquello que requiero para desplegar mejor el amor, la fe, la verdad, la justicia, la paz. Y se lo pido al Señor.  Aquello donde experimento que requiero de su ayuda, de su luz, de su presencia. Eso le pido al Señor.  A eso nos invita el santo fundador que celebramos este viernes 31de julio.

Ambar350Descubrir lo que de verdad quiero y deseo. Los deseos profundos del corazón.  Descubrir el tesoro en el campo, la perla en el mar dejando todo lo demás.  Recuerdo una celebración de 25 años de matrimonio donde asistí como invitado. Hubo alegría, canto, música y baile. Hubo oración y parabienes. Al final, el esposo tomó la palabra y dijo solamente una cosa: “Dios te puso en mi camino como el más preciado tesoro del campo, y volvería a dejarlo todo una y otra vez, cada día que te encuentro a mi lado”. 

¡Qué maravilla!  ¡Qué sensación de plenitud haber encontrado el tesoro más preciado de la vida!  Tal vez en la vida de muchos y de muchas no hay un solo tesoro. Tal vez son los hijos.  O la historia familiar. O el gran amor de la vida, tu esposo, tu esposa, tu pareja.  O tal vez es Jesús mismo, su corazón traspasado de amor por ti. Tal vez es una vocación de servicio o de misión que llena de sentido y de luz todo lo demás. O tal vez es todo junto. Un solo gran conjunto que forma el tesoro de la vida por el cual vale la pena abandonar todo lo demás. Es el Reino. La paz. La justicia. El amor. La vida. Eso que en lo más profundo de nuestras almas, todos, todas, anhelamos.

Sí, pedir no tiene nada malo. Nosotros, en nuestra capilla de comunidad, vamos anotando las intenciones que ustedes nos encomiendan. Y nuestra oración va repasando nombres, alegrías, dolores, agradecimientos y duelos. Eso es hermoso. Nos mantiene unidos profundamente. Pero al final, siempre que nos encontramos con la mirada de Jesús, deviene el silencio. Guardamos silencio. Sobrecogidos por el amor entregado gratuitamente y sin medida, nos callamos.  Ya no pedimos. Desde lo más profundo de nuestras entrañas surge el ruego de Gabriela de Mistral a los pies del Cristo crucificado, el deseo de no pedir nada y solamente estar ahí, en silencio, junto al Señor amado.

Así sea.

Pablo Castro Fones SJ
Capellán SIEB
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