Homilía: La Ascensión del Señor
«En la ascensión de Jesús la humanidad entera es elevada con él, con su pena y su gloria. La ascensión no es desentenderse del mundo, es comprometernos con cada vida y con toda la vida». Ver más
Séptimo Domingo de Pascua
Homilía: La Ascensión del Señor
Con la fiesta de la Ascensión del Señor cerramos los siete domingos del tiempo litúrgico pascual. Siete semanas celebrando la resurrección. Siete semanas sin encontrarnos físicamente en la eucaristía. Siete semanas aprendiendo a vivir de un modo diferente, a trabajar de un modo diferente, a estudiar de un modo diferente, a colaborar de un modo diferente, a manifestarnos el cariño a la distancia. Siete semanas viviendo nuestro sacerdocio común celebrando la fe en nuestros hogares, comulgando en la Palabra, y dejándonos acompañar por Jesús y reconociéndonos unidos en Su amor. Difícil encontrar un tiempo más propicio para semejante desafío: Jesús resucitado ofreciéndonos su compañía hasta el fin del mundo, caminando junto a nosotros en esta vida nueva, incierta y desafiante que nos toca vivir.
El Evangelio de Juan sitúa la entrega el Espíritu en el encuentro de los discípulos con Jesús resucitado (Jn 20). Los Hechos de los Apóstoles, en cambio, sitúa el envío del Espíritu posterior a la ascensión en una secuencia teológica que ordena la gran revelación del Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Siglos tardaron los primeros cristianos en acordar y definir este núcleo fundamental de nuestra fe! Y posiblemente, siglos más estaremos nosotros, como estuvieron nuestros antepasados, estudiando, acogiendo, reflexionando e interpretando todo lo que esto significa para nuestras vidas frágiles y para nuestro mundo herido.
Porque ¿qué es la ascensión? ¿es acaso la huida de este mundo?
Nada más alejado de su significado más profundo. En la ascensión de Jesús la humanidad entera es elevada al cielo. Toda la humanidad. Jesús mismo sube con su cuerpo herido, con sus llagas, con su vida entera, con su pena y su gloria. La ascensión no es desentenderse del mundo, de la humanidad. Tal vez por eso los ángeles increpan a los discípulos diciéndoles “¿qué hacen ahí mirando al cielo?”. Ver subir a Jesús es al mismo tiempo mirar la humanidad, mirar a cada uno de tus hermanos y hermanas, mirar a Cristo pobre que busca tu mirada, como nos recordó insistentemente el padre Hurtado. Mirar a cada hombre y mujer. Y mirar a cada criatura y cada rincón de este mundo herido. Porque mirar es reconocer. Y reconocer es acoger. Y acoger es comprometernos con cada vida y con toda la vida.
Nuestra fe, junto a la ascensión, afirma que Jesús descendió. Cada vez que rezamos el Credo afirmamos tres movimientos a la vez, bajar, resucitar, subir: “descendió a los infiernos, resucitó entre los muertos, subió a los cielos”. Una afirmación completa a la otra. El gran artista mosaista Marko Rupnik, ha plasmado en decenas de iglesias la poderosa imagen de descenso de Jesús. Allí, encorvado –como en el lavado de los pies- tomando de las manos a Adán y Eva, prepara la subida de toda la humanidad. Nos lleva a todos consigo, desde nuestros primeros padres y madres hasta el último ser viviente.
Subir, en nuestra fe, en el modo de Jesús, es extrañamente sinónimo de bajar. “El más importante entre ustedes debe portarse como si fuera el último, y el que manda, como si fuera el que sirve”. “No he venido a ser servido sino a servir”. “El que no se hace como niño no puede entrar en el Reino de los cielos”. “Y tomando una toalla se inclinó y comenzó a lavarles los pies”. Ése es el modo de subir de Jesús. Eso es lo que celebramos hoy día en la fiesta de la Ascensión.
Es tentador pensar diferente. Es tentador desear una fiesta donde no tengamos que estar pendientes de los sufrimientos del mundo. Es mucho más liviana una ascensión sin descenso. Pero no es liberadora. Sin descenso la humanidad permanece solitaria y esclavizada en su pecado. Jesús es liberador porque nos toma enteramente de la mano y nos lleva consigo como está maravillosamente plasmado en la obra de Rupnik. Y nosotros, así como nuestro Señor y Pastor, estamos llamados a subir bajando, a comprometernos, más aún en esta hora de dolor y sufrimiento, con todo nuestro pueblo, con todo hombre y mujer, y con la vida entera del mundo. ¡Cantemos y gocemos en esta fiesta de liberación! ¡Seamos portadores de vida, compromiso y esperanza! ¡Portadores de Jesús!
Los invito a todos y todas a atarnos una toalla a la cintura y disponernos como Jesús, a servir a los demás. No nos quedemos mirando al cielo. Quienes están sufriendo ahora graves carencias materiales y espirituales, necesitan encontrarse con nuestra mirada, con nuestras voces, con nuestras manos. El Espíritu Santo prometido puede llenarnos de creatividad y generosidad para servir desde donde estamos llamando, depositando, donando, rezando, dejando que la inquietud y la incertidumbre sea transformada en fuerza solidaria. Que así sea.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán SIEB