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Homilía 23 de agosto 2020

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Homilía 23 de agosto 2020

El Evangelio nos muestra a Pedro recibiendo las llaves de parte de Jesús. Llaves para abrir y cerrar. Llaves para atar y desatar. ¿Cómo habría de usarlas quien las usa en nombre de Jesús? Ver más

 

Homilía 23 de agosto 2020

llaves350 02Cuando yo era niño y creo que hoy día también, el día en que a uno le entregan llaves de la casa era toda una experiencia. Tener las llaves era signo de responsabilidad e independencia. En mi caso, no recuerdo a qué edad fue, pero todavía era bastante chico. ¡Y me sentí grande! (¡y qué susto daba que se me perdieran!). Tener llaves… entrar sin tocar el timbre, sin que otro te tenga que abrir. Tener llaves… dejar pasar a tus invitados como un verdadero dueño o dueña de casa. ¿A qué edad te tocó a ti?

Tener llaves de un espacio comunitario genera también cierto grado de poder. Y el encargado o encargada de las llaves puede hacer sentir ese poderío. Dejar entrar o no dejar entrar no es cosa menor. Qué fastidio cuando el encargado de las llaves demora y demora en llegar y allí estás tú, sin poder hacer nada al respecto… salvo esperar. ¡Hasta en las comunidades jesuitas ha habido épicas discusiones por algunas llaves de acceso restringido!

La imagen de las llaves es muy antigua. El profeta Isaías anuncia un nuevo responsable de palacio. Su autoridad reside en las llaves: lo que él abre queda abierto; lo que él cierra queda cerrado. Punto. ¡Qué enorme responsabilidad! Y así el Evangelio nos muestra a Pedro recibiendo las llaves de parte de Jesús. Llaves para abrir y cerrar. Llaves para atar y desatar. ¿Cómo habría de usarlas quien las usa en nombre de Jesús?

Pedro entendió bien poco. Sabemos que a continuación inmediata de este momento culmen se puso a discutir y a criticar a Jesús por decir que tendría que sufrir y morir. Ya se había creído dueño de las llaves. Ya se la había subido el poder a la cabeza. Jesús tuvo que increparlo: “aléjate de mí satanás”.

Es fácil que nos pase como a Pedro. Es fácil confundir nuestras prioridades e intereses y creer que son los mismos de Jesús. Poner nuestras palabras en su boca. Nuestras opciones como si fueran de él. Por algo San Ignacio insiste tanto y tanto en sus ejercicios espirituales en que pidamos “conocimiento interno de Jesús para amarlo y seguirlo”. Sí, conocimiento a fondo, corazón a corazón. Hasta no poder engañarnos más.

Pablo Castro Fones sj
Capellán SIEB