Homilía: Cristo Rey del Universo
Jesús tiene capas y coronas de rey muy distintas a las del mundo. Manso y humilde de corazón, Cristo reina en el servicio, en la cruz y al lado del que sufre. ¿Qué le decimos hoy cuando volvemos a nombrarle Rey del Universo? Ver texto completo
Domingo 22 de noviembre 2020
Homilía: Cristo Rey del Universo
¿Qué te decimos hoy día, Jesús manso y humilde de corazón, cuando volvemos a nombrarte Rey y Señor del Universo?
Cuando Jesús se da cuenta de que quieren coronarlo como rey, del Evangelio de Juan dice que salió huyendo (Juan 6, 15). ¿Dónde podrías huir de nuestras coronas y homenajes Señor, ahora que te tenemos atrapado en tantas imágenes?
Me desconcierta y me fascina esta fiesta con que cerramos el año litúrgico. Sí. Hoy es el fin del año en nuestro calendario litúrgico. Y la Iglesia nos invita a celebrar a Jesús como “Rey y Señor del Universo”. Y lo es. Sin duda (al menos para nosotros los cristianos, lo es). Pero ¿qué queremos decir cuando afirmamos a Cristo Rey?
A lo largo de la historia la realeza de Jesús ha estado muy marcada (¿muy manchada?), por la comprensión política gubernamental de reyes y reinas. Algunos verdaderos padres y madres de sus naciones. Otros verdaderos tiranos abusadores de poder absoluto. Algunos cercanos a la gente y jugados por los más pobres. Otros apartados en sus palacios despreocupados de la suerte de los frágiles. Algunos declararon de su propiedad territorios y pueblos a cientos de miles de kilómetros de su tierra natal sin importar la violencia con que fueran conquistados. Otros defendieron los derechos de esos pueblos lejanos porque ahora eran sus súbditos. En fin. Podríamos alargar mucho estos puntos comparativos. Lo que es innegable, es que la sola palabra “rey” es confusa y compleja para referirnos a Jesús. El, en vida, ‘huyó’ ante semejante posibilidad.
¿Qué te decimos hoy día, Jesús manso y humilde de corazón, cuando te llenamos y volvemos a nombrar Rey y Señor del Universo?
Quiero pensar que declararte Rey es comprometernos con Tu reinado. Que declararte Señor del Universo es reconocernos hermanos y hermanas de toda la creación. Quiero pensar que estamos dispuestos a compartir Tu reinado, donde los pobres y excluidos se sientan a la mesa, donde las cadenas de toda esclavitud se liberan, donde los que gobiernan se atan toallas a la cintura para lavar los pies a sus hermanos, donde los poderosos y los que se creen puros rechinan los dientes molestos y se niegan a participar. Un reinado donde los más viejos son reconocidos por su sabiduría al soltar las piedras de sus manos y reconocer su barro y su pecado. Un reinado donde las semillas, y los campos sembrados, y las montañas y las aves del cielo, son reconocidos por su cercanía con Tu corazón.
¿Esto de verdad decimos al declararte rey? ¿O nos gusta la sensación de poder que reflejan tus coronas y tus capas doradas? ¿Queremos ser humildes y mansos de corazón junto a ti, o queremos gozar de la superioridad de tu realeza?
Reyes y reinas somos todos y todas, unidos a ti por el bautismo. Somos profetas y somos sacerdotes también, porque se nos ungió con Tu Espíritu. Regálanos hoy día, Señor, sacarnos nuestras capas y coronas, las que sean que nos hemos puesto, para caminar humildes y descalzos junto a ti.
El trono de Jesús es una cruz. Reflexionando sobre ella, José A. Pagola nos dice: “hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz”. Eso mismo hemos de decir de la fiesta que celebramos hoy. No nos distraigamos con capas y coronas. Escuchemos la voz de Jesús: “Mi Reino no es de este mundo”, y no mundanicemos su realeza.
Hoy es una fiesta hermosa y un compromiso monumental. Con Jesús rezamos: “venga a nosotros Tu reino, hágase entre nosotros Tu voluntad”.
Que así sea.
Pablo Castro sj
Capellán SIEB