Homilía Cuarto Domingo de Adviento
El «sí»de María que le cambió radicalmente su vida de un día para otro, nos enseña a no perder de vista, el modo en que queremos vivir; la persona que quisiéramos ser, más allá de las contingencias. Ver texto del capellán del colegio Pablo Castro sj.
20 de diciembre 2020
El «sí» de María: Homilía Cuarto Domingo de Adviento
Ya nuestras mentes y corazones están puestos en Navidad… tal vez algunos también en Año Nuevo, deseando renovar esperanzas y dejando atrás este año complejo. Estamos programando el encuentro en familia, la visita a los abuelos. Seguramente chequeamos varias veces las condiciones y protocolos establecidos para saber qué día y cuántas personas nos podemos reunir. ¿Quién no tiene ya pensado la cena para el 24? Probablemente ya compramos los ingredientes de esa comida especial que queremos repetir para la Navidad.
Todos, todas, hacemos planes. Programamos y soñamos. Nos proyectamos. Y anticipamos, como El Principito, el gozo de aquello por venir. No tiene nada de malo. No contradice nuestro compromiso con vivir cada día. Estamos aquí y ahora, pero somos seres de esperanzas y sueños. Lo complejo viene cuando esas proyecciones nos quitan libertad, en vez de liberar nuestros corazones para acometer el futuro con esperanza, nos amarra a planificaciones y deseos que, de no cumplirse, pareciera que se nos derrumbara la existencia.
María tenía sus planes allí en Nazaret. ¡Y grandes planes! Estaba comprometida, enamorada, proyectada. Ya soñaba con el día de su boda. Seguro no parloteaba de otra cosa con amigas y vecinas. ¿Tendría ya sus vestidos arreglados? Sin embargo, en medio de ese entusiasmo, sus planes se ven trastocados. Una visita improbable desconcierta su mente y su corazón. ¿De qué se trata todo esto? ¿Cómo puede suceder? No creo que en breves minutos todo se haya clarificado. No creo que todo se haya iluminado. En medio de su confusión algo se hace transparente: Dios la está invitando a soñar otros planes, un proyecto diferente, tan desconcertante como apasionante. Entonces brota su “sí”, entonces María recuerda el principal plan que acompañaba sus silencios y su sencilla oración de cada día. Fuera lo que fuera que escogiera en la vida, ella quería ser siempre “humilde servidora de Dios”.
La Anunciación me recuerda algunas conversaciones con alumnos y alumnas de Cuarto Medio. A veces están extremadamente focalizados en decidir qué carrera quieren estudiar. A qué profesión les gustaría dedicarse. Hacen planes. Sueñan. Se preparan. Se pasan horas y horas en los preuniversitarios buscando llevar adelante ese proyecto. Sin embargo, de vez en cuando, al dialogar más a fondo, ellos mismos distinguen… ellos y ellas vislumbran que “vocación” y “profesión” no necesariamente son sinónimos. Que la vocación es algo más profundo. Que, cualquiera sea la profesión u ocupación a que dediquen la vida, existe más allá, más a fondo, la pregunta por la forma, por el modo en que quiero y deseo vivir la vida. No se trata de qué quiero llegar a ser, sino de quién quiero llegar a ser.
Creo que es allí donde radica la libertad para al mismo tiempo soñar y planificar, sin amarrarnos ni desconsolarnos por los cambios. Creo que allí radica la libertad de María y nuestra libertad: conocer nuestros sueños y anhelos profundos. Saber quién quiero llegar a ser. Reconocer y apostar por el modo en que quiero vivir la vida. Entonces los otros planes y proyectos pueden cambiar sin que cambie lo fundamental. Por eso María es libre. Porque incluso en medio de la maravillosa ilusión de su matrimonio, su proyecto de base es más profundo y, en vez de trastocarse con la visita del Ángel, se profundiza aún más: ella quiere vivir como humilde servidora del Señor.
Soñemos como María. No dejemos de adelantarnos gozosos a nuestros deseos de futuro. Pero imitemos también a María. Y no perdamos de vista, en medio de planes y proyectos, aquello que define nuestra vocación más profunda: el modo en que queremos vivir la vida, sea lo que sea que finalmente nos toque experimentar.
Hagamos ahora silencio. La noche buena ya está cerca. Alejémonos un momento de la cocina y de nuestros platos favoritos de Navidad. Apaguemos por un momento las luces de colores. Dejemos incluso de cantar. Y en la intimidad silenciosa de nuestro pesebre, barro y paja y vida que somos, recibamos la enternecedora visita del Niño Dios.
Pablo Castro Fones, sj.
Capellán SIEB