Homilía domingo 19 de julio
Este domingo seguimos recorriendo campos y sembrados con Jesús, atesorando la vista en lo pequeño y sencillo, aprendiendo del sentido y el valor de lo cotidiano en esta cuarentena. Ver texto completo
Domingo 19 de julio, 16° del tiempo cotidiano
Homilía
Este domingo seguimos recorriendo campos y sembrados con Jesús. Tal vez es una tarde de verano. Hace algunos meses salió ya de su casa. Joven aún, tiene que ayudar a mantener los costos de la vida en la viudez de su mamá. Ya lleva varios veranos, como los jóvenes de Tirúa, saliendo a la temporada de las cosechas. Siendo bueno pa la pega y responsable con la plata, alcanza para las faltas de todo el invierno. Así va Jesús. Un joven más de Nazaret poniéndole el hombro a la vida.
Seguro que fue una de esas tardes en que, cansado y acalorada, se tendió a orillas del camino y miró, con ojos nuevos, los pájaros sobrevolando descuidados. Ni cosechan ni guardan en graneros, pensó, pero nunca les falta algún alimento. Supongo que fue esa misma tarde o tal vez algunos días después que mirando los lirios silvestres recordó las aves y volvió sobre sus pensamientos: Ni siembran ni hilan y sin embargo ni el gran rey Salomón se vistió como uno sólo de ellos.
Sí, el campo es un gran maestro. La ñuke mapu, madre tierra, una gran maestra. Pero hay que ir de pie, como Jesús, para escuchar sus enseñanzas. A 120 km por hora no hay cómo sentir su suave voz. Jesús la escuchó.Y esa voz le caló el corazón y le desentrañó las enseñanzas que desde niño venía escuchando en la sinagoga. Sí. Dios es bueno y bondadoso. Rico en amor y en fidelidad. Sí. Dios está lleno de misericordia, como recuerda el salmo que, igual que Jesús en su hogar, hoy día hemos compartido en nuestras casas.
Seguro que recorriendo esos senderos Jesús se sonrío al ver semillas desparramadas descuidadamente por el camino. Tal vez algunas las tomó y las aventó hacia los surcos recién arados. Semillas porfiadas. Unas en el camino, otras entre zarzas. ¡Así cómo van a crecer! ¡Vayan a enterrar sus vidas allá donde hay tierra buena!, tal vez les habló. ¿O fueron las semillas que le hablaron a Él? Tal vez esa imagen vino a su memoria como misterioso destello de anticipación cuando, atisbando un incierto futuro para sí mismo, les recordó a sus discípulos que si el grano no cae en tierra y muere no puede dar fruto.
Así imagino a Jesús recorriendo campos y sembrados. Así te imagino, Señor mío, aprendiendo para enseñarnos. Abriendo tus oídos al susurro del Espíritu, traspasando con tu mirada el misterio de la vida en toda a creación, escuchando el soplo del viento que no sabes de donde viene ni donde va, pero vive y fluye y anima, como todo lo que nace del Espíritu. ¿En qué huerto encontraste Señor, nidos de aves en la mostaza? ¿Qué pasó por tu corazón cuándo lo viste por primera vez? ¿Fue allí mismo que comprendiste el modo en que actuaba Dios o fue después al recordar ese momento de tu vida?
¡Cuánto aprendiste de la cotidianeidad de tus días! ¡Cuántas veces viste a tu mamá leudar pacientemente la masa del pan! Al fin tus recuerdos iluminaron tus palabras. Las memorias atesoradas de la infancia hogareña y la juventud trabajada fueron desentrañando los misterios del Reino que no hallabas cómo comunicarnos.Tus memorias fueron tejiendo parábolas. Y las parábolas nos fueron comunicando el Reino.
Enséñanos a escuchar la voz de cada día. Enséñanos a atesorar la vista de lo pequeño y de lo sencillo. Aparta, Señor, tanta lucecita de colores estridentes de nuestros ojos, tantos flashes que nos tienen enceguecidos. Permite Señor que estas arduas cuarentenas nos devuelvan el sentido y valor de lo cotidiano. Ayúdanos a ralentizar nuestro ajetreo incesante para apreciar los brotes de las semillas, el despertar de la sabia recorriendo las entrañas de los árboles. Dános alma de sembradores pacientes y esperanzados que labran la vida con sueños de siembras futuras para bien de los demás; de todos, todas, y de toda la creación.
No somos trigo puro, Señor. Tampoco pura cizaña. Danos paciencia con nuestra propias fragilidades y aún mayor paciencia y compasión con las fragilidades ajenas. Cuando sea el tiempo de la cosecha, limpia finalmente nuestros corazones para que despleguemos, junto a ti, la capacidad plena de amar. Sin frontera. Sin limitación. Sin tiempo. Contigo. Eternamente, Señor.
Así sea.
Pablo Castro Fones SJ
Capellán SIEB