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Homilía 12 de septiembre 2020

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Homilía: Perdonar un acto de amor transgresor

Liberando de rabias y ofensas que aprisionan, perdonar supone la experiencia de reconocernos amados y perdonados. Por eso Jesús pregunta: ¿No debías también tú tener compasión como yo me compadecí de ti? Ver Homilía completa

Homilía Domingo 12 de septiembre 2020

Perdonar un acto de amor transgresor

reconciliacion350 01Perdonar es un acto de amor transgresor. Perdonar es ir más allá de la justicia. Perdonar es superar los equilibrios de la debida retribución.
Perdonar es inmensamente liberador. Las rabias acumuladas, los dolores rumiados, las heridas lamidas, las ofensas detalladamente memorizadas, nos aprisionan de modo brutal. Son nuestro más encarnecido carcelero. No nos dejan en paz, ni de día ni de noche. Mantener atadas esas amarras nos condena a nosotros mismos. Soltarlas es alivio para el alma y el cuerpo.
¿Pero acaso me puedo olvidar? No lo creo. La memoria –aún para los desmemoriados como yo- no es algo que manejemos a nuestra voluntad.
Podemos perdonar, sí. Pero olvidar no es tan sencillo. Ni siquiera estoy seguro que sea tan adecuado. Sin memoria no hay aprendizaje. Sin memoria volvemos a tropezar con las mismas piedras. Sin memoria, aunque sea memoria dolorosa, tendríamos a aprender una y otra vez a caminar. Sin memoria tampoco tendríamos algo que perdonar. No recordaríamos la ofensa recibida. Perdonar, al menos en parte, supone la memoria: la conciencia de aquello que está siendo perdonado. El perdón no borra la memoria, la libera.
Pero en el evangelio hay algo más profundo. Hay un misterio relacional que supone la fe, que supone una experiencia de amor y gracia y perdón experimentada. Supone la experiencia de reconocernos nosotros, cada uno y cada una, pecadores amados y perdonados. Amados y perdonados. Somos el deudor del Evangelio a quien se le perdonó una deuda gigantesca. Dios nos recuerda una y otra vez en las palabras de Jesús: “Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”
Jesús nos ofrece el amor incondicional de su Padre, pero también nos presenta una advertencia: porque si ustedes no perdonan… porque la medida que usen con los demás… Porque si hay algo que Dios, en palabras de Jesús, no tolera, es que no tratemos a los demás según el modo en que Él nos ha tratado. El Evangelio de Jesús está lleno de advertencias sobre la dureza del corazón y la falta de perdón. ¿Acaso no rezamos cada día solicitando ser perdonamos al modo en que perdonamos a los demás?
¡Delicado dilema en que nos metemos en cada Padre Nuestro que pronunciamos!
Cuando Jesús nos habla de perdonar, de amar a los enemigos, de ser bondadosos y misericordiosos, no nos está planteando dilemas éticos o códigos morales. Jesús está compartiendo su experiencia de intimidad con el Padre. Nos está mostrando el corazón de Dios. Nos está hablando de su experiencia de amor y misericordia y bondad. La que conoce como ningún otro. Nos está diciendo algo de los diálogos que seguramente habitan las noches en que se retira en silencio a rezar. Allí radica la invitación a perdonar. En la experiencia de la bondad todopoderosa de amor que Jesús conoce del Padre. “Sean misericordiosos como mi Padre”, ¡esa es la invitación!
No vayamos por la vida dando cátedra. Vayamos amando y perdonando.
Recordemos cada día las muchas ofensas y errores y equivocaciones por las que hemos sido tratados con misericordia. Eso frenará nuestros juicios impetuosos. Integremos en esta reconciliación a la Creación entera, tan necesitada de nuestro arrepentimiento y conversión. No apuntemos con el dedo. No miremos vigas en ojos ajenos. No tiremos piedras… porque hemos sido tratados con amor y bondad y misericordia por el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos.

Que así sea.

Pablo Castro Fones, sj.
Capellán SIEB

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