Homilía Domingo 12 de julio 2020
Cargadas de imágenes campesinas, las lecturas de hoy nos invitan a sembrar, cuidar y proteger; a ser tierra fértil y poner manos a la obra, al modo de Jesús.Seguir leyendo
12 de julio 2020
Homilía Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario
¿Cuántos años llevamos escuchando sobre el calentamiento global? ¿Hace cuánto nos hablaron por primera vez del agujero en la capa de ozono? Y me pregunto ¿cuánto hemos cambiado? ¿cuánto ha cambiado nuestro modo de vivir, de consumir, de desechar? ¿seguiremos esperando? No soy amigo de discursos milenaristas de fin de mundo, pero la crisis del planeta está más que comprobada. ¿Haremos algo hoy día? ¿O seguiremos esperando a mañana?
Leer a San Pablo en medio de la crisis ecológica universal es impactante. “La creación entera gime y sufre dolores de parto”. Oh sí. ¡Y cuánto dolor ha seguido acumulando! Sufren los glaciares. Sufren los mares. Sufren los animales de la tierra y el mar. Sufren los ríos. Sufrimos todos esta crisis. La conexión entre la pandemia y la violencia contra los ecosistemas es innegable.
Por eso los invitamos a sembrar. A sembrar esperanza de vida con semillas de verdad. Hoy es el tiempo, no mañana. Los sembradores son hombres y mujeres de fe. Miran una semilla y visualizan raíces y tallos y frutos. Riegan una ramita y visualizan la sombra de un árbol. ¡Cuánto aprendió Jesús de los campesinos!
Llegó el tiempo de sembrar. A los seres humanos nos ha gustado solamente cosechar. Sacar frutos ahí donde ni siquiera los habíamos sembrado. Ahora es tiempo de sembrar. Con Jesús. Al modo de Jesús. Sabiendo que unas semillas germinarán y otras no. Es tiempo de recuperar algo de nuestros ancestros campesinos. Tenemos una tremenda oportunidad. ¡No importa si no vemos los frutos! Recuerdo cuando hacía almácigos de araucarias y copihues. No, ciertamente yo no los vería ya adultos y crecidos. ¿Qué importa? ¿Acaso no llena de gozo el corazón saber que otros y otras disfrutarán los frutos de nuestros sembrados? ¿Acaso no vivimos nosotros gracias a las siembras de nuestros antepasados? Vamos a sembrar. Preñemos al mundo de esperanza. Anunciemos con Jesús buenas noticias mientras sembramos semillas en la tierra. ¿Quién no tiene siquiera un macetero pequeñito donde plantar? Todos podemos. Todas podemos. Nadie puede hacerse un lado.
Las lecturas que hemos compartido están cargadas de imágenes campesinas. Ojalá todos y todas hayan tenido alguna vez la oportunidad de pasar una temporada en los campos. De ayudar o al menos mirar el trabajo de sembrar. Los arados que abren surcos. Las semillas que se esparcen. Los primeros brotes que nacen. Los tallos que se levantan. Los frutos que maduran. ¡La fiesta de la cosecha! Aunque la siembra, en mi experiencia, es también una fiesta. Una fiesta cargada de fe y esperanza. Una fiesta que anticipa el reino. Una fiesta que celebra la lluvia y le agradece a Dios su maravillosa creación. El campo. Los sembrados. ¡Cómo se nota que Jesús los conoció!
Jesús fue algún tiempo campesino. Temporero tal vez. Algo así, sin duda. Sus enseñanzas están cargadas de experiencia campesina. El campo, las aves, los frutos, las semillas, las viñas, los arados, la cizaña, el trigo, los cercos, las flores silvestres, los riegos, el abono. ¡Todas imágenes impregnadas del olor del campo! Si no fuera por mis queridos Huenuman Antivil no entendería bien a Jesús. La cizaña no me habría herido las manos ni habría sembrado arvejas a cola de buey. No habría gozado la fiesta de sembrar ni menos la fiesta de cosechar. No habría disfrutado y agradecido la lluvia del cielo mientras se nos goteaba el techo de zinc agujereado. No habría podido compartir esa intimidad campesina preñada de Dios que nos manifiesta Jesús en el Evangelio.
Desde antiguo el profeta compara la lluvia fecunda con el modo de Dios, de Su palabra. Sí, la lluvia. ¿Por qué anuncian los noticieros frentes de mal tiempo? ¿Por qué no dirán, mejor, que ya se acerca la bendición que cae de la nubes? ¿Acaso se puede vivir sin el agua? ¿Acaso es culpa de la lluvia la brutal segregación de nuestros barrios? ¿La lluvia forjó los campamentos que se llenan de barro? ¿La lluvia construyó las insalubres casas chubi cuyas paredes se traspasan con el agua? O no. Ciertamente que no. Pero nos gusta culpar algún otro. La lluvia causa esos estragos, o bien, el mismo Dios no tiene abandonados. ¿Nosotros? ¿Nosotros responsables?
Julio siempre es un mes especial para el mundo ignaciano. Mientras nosotros continuamos en cuarentena, Ignacio nos acompaña desde su dormitorio en Pamplona con una pierna herida y sin entender bien qué pasó. Sus planificaciones y proyectos se vieron alterados de un momento a otro. Ignacio nos acompaña peregrinando y conversando espiritualmente con otros en la búsqueda comunitaria del sentido de la nueva vida que está comenzando a vivir. San Ignacio nos acompaña desde su oficina en Roma atento a las necesidades de los más pobres y organizando con sus compañeros una estructura de vida hasta entonces desconocida.
Así nosotros entramos en este mes, con traje de peregrinos ignacianos, con nuestras planificaciones alteradas, dialogando unos con otros para descubrir el mejor modo de vivir esta vida nueva, con la mirada siempre atenta a las necesidades de quienes más están sufriendo mientras aprendemos, juntos, a ser comunidad de un modo que nos era desconocido.
Si escuchamos bien a San Ignacio desde el Evangelio de hoy recordaremos una de sus máximas principales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Pongámonos pues a sembrar ¡ya! La tierra está empapada, dispuesta. Pongamos manos a la obra. Ahora es el tiempo.
Pablo Castro Fones sj
Capellán SIEB
Video con lecturas y oración dominical compartida.