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En memoria de Pablo Rodríguez Larroucau

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En memoria Pablo Rodríguez Larroucau (2007-2018)

Era rápido para subirse a los árboles. Inquieto y movedizo. Pero su hiperactividad no disminuía en nada su inmensa capacidad de observación. Inteligente y de preguntas cuestionadoras, todo le interesaba; todo quería saberlo y explorarlo. Ver más

En memoria de Pablo Rodríguez Larroucau 

Era rápido para subirse a los árboles. Inquieto y movedizo; no hay quien no lo recuerde en el colegio escalando con inusitada velocidad. “Él estaba arriba cuando nosotros íbamos subiendo,” recuerdan algunos de sus compañeros de Quinto Básico A. Pero su hiperactividad no disminuía en nada su inmensa capacidad de observación, su interés por la música y los libros.

Agudo, inteligente y de preguntas cuestionadoras, todo le interesaba; todo quería saberlo, conocerlo, explorarlo. Si algo le llamaba la atención podía dejar cualquier cosa que estaba haciendo, para averiguar de qué se trataba lo otro. Entonces escuchaba o leía atento, cuestionando a veces las respuestas y uniendo siempre -con gran coherencia y razonamiento original- cosas aparentemente dispares.

Reflexivo y de un profundo mundo interior, al colegio venía contento, aunque no le gustaba quedarse mucho rato en lo mismo. Se interesaba sí, cuando le explicaban algo nuevo, cuando se encontraba con sus amigos y compañeros y el saber que en el San Ignacio tenía espacio suficiente para correr y subirse a los árboles.

Como el menor de 21 nietos Rodríguez, Pablo sabía que esa posición lo hacía especial y se dejaba querer. Regalón de sus papás, de todos sus hermanos, de sus tíos, primos, primas y abuelos, le gustaba juntarse con ellos en el campo, ir a la playa, andar en bicicleta, jugar cartas y cantar. La naturaleza y los animales eran para él muy importantes. Le preocupaban las especies en peligro de extinción, los animales raros y los que sufren. Porque todo lo que tuviera que ver con la naturaleza le importaba mucho, sabiendo que él también era parte de una creación mayor.

En la sala de clases acostumbraba juntar cosas: piedras, cascaritas, semillas y hojas convivían en perfecta armonía con sus lápices y cuadernos arriba de su mesa. Todo cabía en su mundo de niño, un mundo propio, donde era totalmente libre, imaginativo y alegre. Pero ese mundo suyo no lo alejaba de los demás, sino que le daba pistas para acercarse a otros. Por eso, muchos recuerdan que si alguien estaba triste, su inquietud natural se volvía calma para encontrar maneras de acompañar, consolar o lograr que saliera una sonrisa.

Imaginativo, disparatado y atento al mundo, Pablo ha sido siempre inconfundiblemente único. Y en su corta vida de niño de 11 años, un niño feliz.

 Pablito, te quedas para siempre aquí con nosotros, en éste, tu colegio.

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