Discurso Generación 2018
Discurso preparado por una comisión de estudiantes de de la Generación 2018, integrado por lo estudiantes Cristóbal Ochagavpia y José Manuel Ramaciotti (IV°A), Alonso Gracía, Felipe Corrales (IV°B), IV° C Juan de Dios Reyes y Raimundo Silva (IV°C), Ignacio Anaya y Simón Castro (IV°D) y leído por este último.
Señor Rector, señores y señoras del equipo directivo, miembros de la comunidad jesuita, representantes del centro de padres, del CASI y CASIB, profesores y profesoras, queridos padres, madres y apoderados, familiares, compañeros y amigos.
Nunca ha habido pautas formales, ni un libro de instrucciones, ni un viejo sabio que explique cómo se llega a juntar a 134 jóvenes, muchas veces con intereses tan disímiles, y se les une bajo el nombre de una “generación”. Y sin embargo, pasa. Muchos se han conformado con la idea de que lo que configura una generación es sólo compartir la fecha de nacimiento. Sin embargo, como Mannheim y Abrams, creemos que es más que eso. Pensamos que, a través de este concepto de generación, los largos tiempos de la historia se sitúan en relación a los tiempos de la existencia humana y se entretejen con el cambio social.
En este sentido, insistir en la idea asentada en años anteriores, de que una tras otra todas las generaciones son especiales, despierta nuestra duda. Y no podemos evitar preguntarnos, ¿significa algo ser especial? Decimos, obviamente que sí: por definición es algo que es “singular o particular y se diferencia de lo común o lo general”. Pero eso no dice nada en verdad: todo y todos nos diferenciamos de alguna manera de lo común o lo general; y ¿qué importancia tiene ser especial si todos son especiales? Eso iría en contra de la definición misma de la palabra y con esto, todo se transforma en un dilema lingüístico del que no queremos formar parte por el momento. Así es que, como premisa de este discurso, nos gustaría plantear una idea: al diablo con ser especiales, somos nosotros, un grupo de 134 personas que, si bien por azar se juntó, hemos construido una historia juntos, diversa e inusual, y así nos gusta.
En esta línea, las generaciones son el medio a través del cual dos calendarios distintos —el del curso de la vida y el de la experiencia histórica— se sincronizan. El tiempo biográfico y el tiempo histórico se funden y se transforman mutuamente, dando origen a una generación social. Por ello, nos parece necesario empezar a recordar las experiencias que aportaron a nuestra formación.
Cuántos viernes de básica pasamos en casas desconocidas intentando aprender a construir lazos de amistad con nuestros compañeros en los famosos “viernes amistosos”, en los que gozábamos de una tarde frenética en el colegio y luego volvíamos a casa para seguir disfrutando.
Cómo podrán, las diferentes selecciones deportivas, olvidar a los numerosos talentos que pasaron por ellas, quienes aprendieron allí sobre el valor del trabajo en equipo y el esfuerzo personal para lograr las metas propias y colectivas; logrando así, sentirse orgullosos de alcanzarlas y permitiéndoles forjarse nuevos y mejores objetivos.
Cerrando los ojos por un momento volvemos a escuchar los ritmos y melodías corriendo descontroladas por los pasillos, cobijando a este grupo a través de los años; vemos también los muros pintándose con todas las ideas que poblaban nuestras mentes, impetuosas, libres e irreverentes.
Luego, nos detenemos en el bosque y entendemos que ni la naturaleza, ni la vida más simple se salvaron de este grupo de personas: “siempre mejores, siempre listos y siempre servir”, fueron los ecos que se escucharon desde el norte hasta el sur de nuestro país gracias al grupo scout.
Pero esta invitación a servir la acogimos de distintas maneras, porque también hubo muchos de nosotros que respondimos a este llamado desde CVX, conformando así comunidades de jóvenes que deseaban vivir plenamente sus vidas, inmersos en la realidad del mundo de hoy, trabajando con fuerza en la construcción de una sociedad más justa, más cristiana y más humana.
Y así, aunque no fuimos ni los primeros, ni los últimos, ni los mejores, ni los peores, muchos de nosotros encontramos espacios diversos en los cuales dejar nuestras marcas y encontramos los caminos (o quizá solo algunas pistas) de aquellos senderos que recorreríamos en nuestras vidas escolares, y algunos, tal vez, durante nuestras vidas enteras.
Fueron múltiples también las experiencias de formación que Pastoral nos dejó anualmente al momento de tocar piso en el tercer ciclo. Las primeras fueron Basilea y Campamento de la amistad, que nos introdujeron al periodo que se nos venía. Ya en la media aparecieron las actividades de encuentro, en que nos sumergimos en el mundo, apreciando cada aspecto y sorpresa que nos puede entregar esta vida.
De este modo, estas 134 personas que hoy se gradúan, están marcadas por el sello ignaciano, que se imprime desde pequeños con las visitas a Santa Adriana; luego, mediante los Ejercicios Espirituales y los trabajos de fábrica, para concluir en los Trabajos de Verano, todas ellas, experiencias a través de las que logramos cuestionarnos la realidad, las ventajas de algunos, las responsabilidades de todos y de este modo, empezamos a entender poco a poco el significado profundo de la frase “salir para servir”.
Ahora, la pregunta obvia que nos asalta es: al egresar, ¿con qué mundo nos encontraremos? Al detenernos, observamos un mundo sumamente violento, profundamente desigual, que gira en torno a relaciones verticales y no horizontales, donde nos acostumbramos y nos acostumbraron a vivir buscando el éxito individual antes que la realización colectiva. Aunque sea difícil de creer, en pleno 2018 existen gobiernos que, si bien no llegan a ser totalitarios, resultan absolutamente intransigentes y peligrosamente intolerantes. A través de ellos se legitima la censura, la tortura, una versión renovada de esclavitud e incluso, en algunas situaciones, el asesinato como estrategia para mantenerse en el poder.
Nos encontraremos con un Chile en el cual la desigualdad es más latente cada día, donde resulta necesario que el pueblo salga a las calles a protestar para visualizar los problemas que nunca se tomaron en cuenta. Un Chile donde se están cuestionando desde las prácticas más tradicionales hasta los actos más simples; un Chile donde la violencia se encubre diariamente, y un Chile tantas veces ciego, insensible y frío. A este país saldremos desde un colegio de elite, que muchas veces se equivocó con nosotros, cuando, en momentos críticos, la opinión del estudiantado quedó flotando, y fueron otras personas quienes decidieron acerca de las normas y limitaciones de nuestra formación. Queríamos más participación, pero confiamos en que serán las generaciones futuras las que gozarán de tal libertad.
Sin embargo, sabemos que egresamos de una institución que se preocupa de mostrarnos un poco de la realidad cotidiana, pero también donde la impasibilidad social se respira en los pasillos. ¿De qué sirve estar empapado de sentimientos si estos no se convierten en acciones? No debemos esperar salir del colegio para cambiar el mundo, ya que la realidad se cambia en nuestra relación de tú a tú, de uno a uno, y sólo así, lograremos plantar la semilla de justicia desde pequeños.
¡Compañeros, cuestionémonos las cosas!, y no tengamos miedo a llevar a cabo ideas y proyectos en conjunto. ¡MOVÁMONOS!, afuera no nos espera nadie para transformarnos en héroes o levantarnos estatuas, pero gente que necesita de nuestro servicio sobra.
Nadie dijo que egresar sería fácil: se inundan las mentes de pensamientos dulces y caras amadas durante los años en la institución, y por eso no nos iremos sin antes dar las gracias a todos los que estuvieron presentes en nuestra formación y nos hicieron hombres de bien, que aman la justicia. Nos mostraron valores como la igualdad, la honestidad y el amor por el prójimo, que nos marcarían de aquí en adelante. Conceptos que luego de todas las experiencias vividas se nos hacen visibles a través de decenas de rostros, familiares o no, tanto en trabajos excepcionales como en la rutina diaria. Son precisamente estas personas que encontramos diariamente y cuyos rostros se nos hacen familiares a las que queremos dar gracias, especialmente en esta ocasión a quienes nos recibieron cada mañana en este lugar, hogar para muchos, que siempre fue cuidado por manos cargadas de esfuerzo, las cuales cuidadosamente prepararon hasta altas horas de la noche nuestro espacio compartido, para que así estuviese siempre limpio y brillante. Brillante como los cientos de docentes que nos acogieron bajo su tutela y nos enseñaron muchísimo más que lo que una norma ministerial ordena, profesoras y profesores que muchas veces dejaron una marca a fuego en nuestras mentes por todo aquello que los hacía tanto más modelos que simplemente instructores, algunos por su pasión al enseñar, otros por su cariño y bondad, unos quizá por su humor y alegría a la hora de hacer clases, pero todos con el objetivo común de colaborar no solo en el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales, sino de entregarnos herramientas para la vida que se nos avecina, buscando de este modo, nuestro desarrollo integral.
Agradecer también a todos aquellos que formaron parte de estos hermosos años compartidos entre estas paredes: educadores que siempre quisieron lo mejor para nosotros, que nunca se limitaron al cumplimiento vacío de las normas del colegio y siempre intentaron ver más allá, ver a las personas detrás de las faltas, ver las reales intenciones detrás de ellas y actuar acorde a lo necesario para que existiese un crecimiento y diéramos frutos, y no simplemente imponer un castigo.
Agradecer profundamente a nuestros padres, a nuestras familias, que han sido nuestros principales formadores. Gracias por acompañarnos a lo largo de nuestras vidas, gracias por confiar, gracias por ese amor gratuito e incondicional.
Al término de esta jornada, veo estos patios y canchas y veo gente cayendo y volviéndose a parar, veo amigos jugando, veo compañeros creciendo a través de las buenas y malas experiencias, y a ellos y a todos ustedes, amigos, agradecerles de la manera más profunda y sincera, por haber hecho de estos años, años felices.
No somos la mejor generación, ni fuimos la más inteligente, ni la con mejores deportistas, ni la que revolucionó las artes y la cultura, ni la que dejó su huella más profundamente marcada en estos pasillos. Somos simplemente un grupo más de egresados. Pero no puedo evitar pensar en que no cualquier grupo de egresados es capaz de motivar a sus profesores a cambiar el tradicional discurso de despedida por la fuerza de sus voces en un canto unido, sobre un escenario. Todo para y por sus alumnos.
No cualquier grupo de egresados deja las diferencias tradicionales de lado, entrando juntos los cuatro cuartos al gimnasio en la semana ignaciana, con un grito común, sin colores, sin distinciones, con la única denominación: “la dieciocho”. Hace pensar, ¿no? Casi dan ganas de decir que este fue un grupo especial; casi dan ganas de plantear que, aunque no hubo pautas, ni libros de instrucciones, ni viejos sabios que indicaran el cómo, esta agrupación de jóvenes tiene bien ganada la denominación de generación. Ahora sólo queda mostrarle a todos de lo que somos capaces. Buena suerte y muchas gracias. Solo esperamos que el mundo esté preparado para lo que se le viene. Adiós y hasta siempre, generación 2018.